Después de la pandemia, la mujer cambió radicalmente su manera de vestirse. El jogging, la zapatilla, la mochila y el traje oversize se instalaron como símbolos de libertad y comodidad.
Por Gabriela Guerrero Marthineitz
¿Por qué la mujer dejó de arreglarse post pandemia? Surge una pregunta inevitable: ¿Que es realmente ser elegante? ¿En el camino estamos olvidando que la mujer tiene un estilo, una elegancia y un poder de seducción que se potencia arriba de un buen par de tacos, de un vestido impecable o de un traje bien cortado?
¿Será que al cambiar la modalidad laboral se justificó un look más relajado… o se nos fue la mano en la relajación?
¿Se instaló como hábito la ropa cómoda, aceptada incluso fuera de casa?
Me da la sensación de que, ante este cambio de paradigma tan abrupto, nos dejamos vencer por la comodidad.
Grandes marcas internacionales acompañaron la tendencia lanzando productos que, de no haber sido por la pandemia, jamás hubiesen fabricado.
¿Alguien podía imaginar a Coco Chanel diseñando zapatillas o a Christian
Dior creando una joggineta?
Una cosa es estar cómoda y otra muy distinta es sacrificar la elegancia y el estilo.
¿No nos fuimos al otro extremo? Ropa oversize, zapatillas, mochilas reemplazando carteras o bolsos con diseño… un espiral que terminó convirtiéndose en enemigo de la feminidad.
La pandemia nos mostró fragilidad y encierro, y muchas mujeres dejaron de sentir la necesidad de producirse.
Hubo también un componente de desaceleración: menos maquillaje, menos horas frente al espejo, pero esa imagen prolongada en el tiempo me produce una sensación de melancolía, decadencia y dejadez. Siento que perdimos el equilibrio entre comodidad y elegancia, no sentÍs algo parecido?
Antes, estar bien vestida era (y para mí lo sigue siendo) sinónimo de un buen traje, un vestido, un par de zapatos cómodos y un bolso con estilo.
Hoy, estar bien vestida puede significar un jogging de marca y zapatillas exclusivas. Y si no alcanza para las originales, vamos por las copias… qué tristeza…
Y reitero, como en mis columnas anteriores: no se trata de dinero, porque hay zapatillas que cuestan el doble que un par de zapatos.
No es economía: es un cambio de valores.
La gran pregunta es: ¿la mujer se viste hoy para sí misma, o para ser aceptada en este nuevo código de comodidad “premium”?
Siempre te cuento que mis columnas se inspiran en experiencias personales, y esta no es la excepción.
Hace un par de días, en un negocio, una mujer me pidió opinión sobre un vestido que se estaba probando. Me contó que vive en las afueras de la ciudad y que ya no se arregla mucho porque la última vez que fue a una reunión del colegio de sus hijos con vestido y sandalias, las demás madres la miraron raro y le preguntaron a dónde iba después. Ese comentario la incomodó tanto que dejó de vestirse como realmente le gustaba.
Cuesta mantener la autenticidad sin sentirse juzgada, ¿no?
Antes, la mujer se arreglaba más. ¿Sabés por qué?
Porque un traje, un par de zapatos y una cartera daban seguridad, postura,
presencia. Hoy eso se está perdiendo.
Y como estamos corriendo el riesgo de olvidarnos del ritual de la elegancia
y el estilo (eso que nos distingue, nos afirma y nos conecta con nuestra
femineidad y nuestro poder de seducción), el mundo empieza a mostrar un cambio de rumbo.
En el street style internacional ya se ve una vuelta a la mujer elegante, con estilo pero sin perder comodidad.
El taco vuelve con sutileza: el icónico pump clásico, zapato cerrado de
taco moderado con punta suave, se instaló de nuevo gracias a modelos y
actrices internacionales.
También regresaron las botas con tacos altos en lugar de las botas de
goma, los slingbacks —ese zapato cerrado con tira que sujeta el talón— y
los mules, zapatos cerrados sin talón.
Las polleras a la rodilla y los vestidos midi regresan con fuerza,
combinando elegancia y comodidad, y se llevan con botas para el otoño-
invierno o sandalias/zapatos destalonados o chatos para el verano .
En otras palabras: la elegancia no murió, se reinventa.
La pregunta es:
¿vamos a seguir disfrazando de elegancia un jogging con zapatillas de lujo,
o es hora de reconciliarnos con la verdadera fuerza de nuestro estilo?
Varios diseñadores han adecuado sus estilos de alta costura para el uso
cotidiano, priorizando la comodidad sin renunciar a la elegancia.
Esto revela un retorno a la sofisticación consciente, acompañado por el
auge de rutinas de skin care y maquillaje que nos muestran influencers de
todo el mundo.
Ya no se trata de exageración, sino de una elegancia refinada y funcional
que mezcla lo cotidiano con lo chic.
En definitiva, ya no alcanza con sentirnos cómodas: queremos volver a
vernos elegantes, adecuadas a cada ocasión.
Y si miramos un poco más cerca, en San Pablo, Brasil, lo vemos
claramente: las mujeres se arreglan cada mañana como si cada día fuera
una oportunidad.
Allí no hay jogging y zapatillas para la vida diaria; esas prendas quedan
reservadas para el gimnasio o un paseo al a
ire libre.
La pregunta es inevitable:
¿Vos en qué etapa estás?
Hasta la próxima,
La Señora del Lujo Silencioso
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