Dos miradas, dos continentes y una misma certeza: el lujo ya no vive en lo que se muestra, sino en lo que se siente. Y muchas marcas todavía no lo entendieron.
Por Gabriela Guerrero Marthineitz
Durante años nos enseñaron que el lujo era parecer.
Parecer exitoso.
Parecer inaccesible.
Parecer distinto.
El lujo se construyó alrededor de símbolos visibles: objetos, marcas, códigos que otros podían reconocer sin que tuviéramos que explicar nada, durante mucho tiempo funcionó.
Funcionó tan bien que confundimos precio con valor y posesión con éxito.
Yo también. No voy a fingir ahora que no.
Pero algo empezó a fallar.
No fue una crisis económica.
No fue falta de dinero.
Fue una sensación silenciosa y difícil de nombrar: comprar algo caro y no sentir nada, comprar marca para pertenecer y te das cuenta de que no sirve, no te hace feliz por siempre.
Ahí entendí que el problema no era el objeto.
Era lo que esperábamos de él.
Creer que un objeto de deseo es la solución a tus problemas y te va a hacer feliz por siempre!
Ahí está el error!
Hoy cualquiera puede parecer, alquilás un bolso, comprás un reloj de segunda mano, construís una imagen perfecta durante un tiempito.
El acceso dejó de ser exclusivo.
Y cuando parecer deja de ser exclusivo, deja de ser lujo.
Por eso el lujo se transformó.
Ya no vive en lo que se muestra.
Vive en lo que no se puede copiar.
Vive en lo auténtico.
Vive en lo artesanal
Hace unos días leí una reflexión de Rodolfo Mcartney (consultor de marcas, estratega en comunicación de lujo y creador del concepto “lujo con raíz”), radicado en Europa y me pasó algo curioso: no me sorprendió, me sentí reflejada.
Desde otro continente, otro mercado y otra experiencia, decía exactamente lo mismo que vengo escribiendo hace tiempo: que el lujo ya no es lo que se tiene, sino lo que se vive, sobre todo, cómo se vive.
Cuando dos miradas llegan a la misma conclusión desde lugares tan distintos, no estamos frente a una moda pasajera, estamos frente a un cambio profundo.
Mcartney trabaja con marcas ayudándolas a construir identidad, relato y sentido. No desde el brillo, sino desde la raíz y eso explica por qué este discurso incomoda: porque cuestiona la idea de que el lujo se resuelve fabricando objetos.
El verdadero desafío hoy es diseñar experiencias reales y cuidar personas, no solo producir cosas hermosas, en síntesis, cuidar al cliente, ser empático y complacer sus necesidades prestándole mucha atención, te suena “escucha activa”?
¿Cuántas marcas hablan de “experiencia” sin haberla vivido nunca como clientes?
¿Cuántas confunden storytelling con vínculo?
¿Cuántas siguen gritando lujo cuando lo que el cliente busca es silencio?
Y cuando digo gritando lujo, es ese objeto extraordinariamente aspiracional.
Viste es producto que tiene un logo enorme? Bueno, de eso estamos hablando.
Y cuando algo caro no te dice nada, se queda solo en eso: caro.
Muchas de las cosas que antes me parecían aspiracionales hoy dejaron de tener sentido para mí.
Actualmente valoro más una experiencia bien pensada que un objeto aspiracional.
Más un momento que una posesión, una conversación que una etiqueta.
¿Eso significa que el lujo murió?
No.
Significa que cambió de posición.
El verdadero lujo hoy es el tiempo.
El silencio.
El acceso.
La intimidad.
La autenticidad.
El estilo.
La coherencia
EL respeto
EL sentido común
Es poder vivir algo sin necesidad de contarlo.
Es no tener que demostrar.
Tal vez por eso no me resulta extraño encontrar esta sintonía con alguien del otro lado del océano.
Al contrario: confirma que no es una percepción aislada.
Es un movimiento.
Y cuando el lujo se transforma, lo hace despacio… pero no vuelve atrás.
El lujo ya no necesita mostrarse.
Necesita sentido.
Hasta la próxima
La Señora del Lujo Silencioso
Al final, todo vuelve siempre a la misma pregunta: ¿Qué estamos dispuestos a perder como sociedad? Vivimos en una época que celebra la velocidad. La inmediatez como valor, la rapidez como sinónimo de eficiencia, el “ya” como respuesta automática.
Seguimos diciendo que , "de los cuerpos no se habla”, pero en televisión, en redes sociales y en la vida cotidiana, los cuerpos siguen siendo material de burla. ¿Por qué no podemos dejar de juzgar lo que no nos pertenece?