Interés general
23/09/2025

CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE

¿Cuántas veces cambiamos todo para que nada cambie? Nos pasa con la ropa, con los hábitos, con la forma en que compramos, con la vida en general. Creemos que un cambio externo nos transformará, pero seguimos con la misma mentalidad.

Por Gabriela Guerrero Marthineitz


Decimos que queremos cambiar, pero la mayoría de las veces lo hacemos para seguir igual.

Esa frase que parece tan paradójica –cambiar todo para que nada cambie– se aplica mejor que nunca a la forma en que consumimos moda.

Nos convencemos de que estamos haciendo elecciones nuevas, conscientes, pero en realidad seguimos en el mismo círculo: comprar sin pensar, acumular, llenar el placard de cosas que no usamos.

Si no cambiamos desde las bases –desde la filosofía, la mentalidad, el modo en que entendemos qué es vestirse– nada va a cambiar de verdad.

Podremos disfrazar el consumo con discursos de “renovación”, pero la actitud de salir corriendo detrás de lo nuevo seguirá intacta.

El punto de partida está en hacernos una pregunta muy simple: ¿necesito realmente lo que estoy por comprar?


Siempre digo que tomarse unos minutos antes de apretar el botón de “comprar” o de salir de un local con una bolsa en la mano puede cambiar más de lo que imaginamos.

Ese instante de pausa es una revolución íntima: mirar el placard, recordar qué tenemos, qué nos falta de verdad y qué solo responde a un impulso.

Porque, seamos sinceras, ¿cuántas veces usamos de verdad lo último que compramos?

¿Cuántas prendas tienen todavía la etiqueta colgando?

Ahí está la diferencia entre la elegancia y la moda rápida: la primera se sostiene en el tiempo, la segunda en la ansiedad.


El lujo silencioso no es solo una tendencia estética: es una forma de vivir.

No se trata de ropa cara ni de marcas exclusivas.

Es elegir calidad sobre cantidad, priorizar lo que nos hace sentir auténticas y cómodas en nuestra piel. El lujo silencioso es silencio porque no necesita gritar con logos ni con brillo artificial, es también “REPETIR” esa prenda que tan bien te queda y tanto te gusta.


Un vestido bien hecho, una cartera de cuero trabajada con oficio, un traje que se ajusta a nuestro cuerpo como si hubiera nacido con nosotras, un par de zapatos de calidad artesanal: esos objetos tienen algo que la moda ultra fast fashion nunca podrá ofrecer.

Permanencia. Historia. Respeto.

Y ese respeto empieza por quienes fabrican lo que usamos.

Porque cuando compramos barato, alguien paga caro.


Es cómodo comprar online. Lo sé, lo hacemos todas.

Un clic y el paquete llega a la puerta.

Pero ¿nos preguntamos quién lo fabrica, en qué condiciones, cuánto gana esa persona, qué tan esclavo es el sistema detrás?

La velocidad de lo online tiene un costo que no vemos: horas interminables de trabajo mal pago, industrias contaminantes que destrozan el medio ambiente, negocios turbios que se disfrazan de eficiencia.

El lujo silencioso, en cambio, nos invita a volver a mirar.

A preguntarnos.

A elegir con criterio.

Porque cada vez que compramos, votamos: apoyamos un modelo u otro de producción.


La elegancia, en este contexto, no es ponerse un vestido ni un traje impecable todos los días.

La elegancia es coherencia.

Es poder sostener con orgullo lo que llevamos puesto porque refleja quiénes somos y en qué creemos.

Ahí entra la autenticidad: no vestirnos para encajar, sino para expresarnos.

No acumular ropa para tapar inseguridades, sino elegir pocas piezas que nos hagan sentir plenas.

La elegancia del siglo XXI no se mide en metros de tela ni en etiquetas internacionales: se mide en conciencia.


Ahora bien, tampoco hace falta ponerse solemne con todo esto.

Porque la moda también es juego, color, risa.

Reírnos de nosotras mismas cuando vemos esa compra absurda que nunca usamos, esa blusa de oferta que sigue en la bolsa, esos zapatos que nos destrozan los pies.

Reírnos es parte del aprendizaje.

No hay que flagelarse: se trata de cambiar con alegría, no de cargar culpas.


Te propongo un pequeño ejercicio: La próxima vez que te den ganas de comprar algo, hacé esta prueba:

Andá al placard y mirá qué tenés.

Preguntate: ¿esto que quiero me suma de verdad o es solo impulso?

Pensá en la historia detrás: ¿quién lo hizo, cómo, en qué condiciones?

Si después de esas preguntas todavía lo querés… ¡adelante!

Pero al menos habrá sido una decisión consciente.

Ese pequeño ejercicio puede ser el comienzo de un gran cambio.

Cambiar no es acumular prendas nuevas con etiquetas sostenibles, ni seguir comprando con ansiedad pero en verde y beige porque “así es más slow”.

Cambiar es animarnos a transformar la mentalidad.

Si seguimos corriendo detrás de lo nuevo sin preguntarnos nada, nada va a cambiar.

Si empezamos a pausar, a mirar, a pensar, entonces sí.

El lujo silencioso, el slow fashion, la elegancia y el estilo auténtico no son slogans: son caminos posibles para vivir con más coherencia, más conciencia y, por qué no, más alegría.

Porque al final de cuentas, vestirse es una forma de contarnos.

Y la historia que elijamos dependerá de cuánto nos animemos a cambiar de verdad.


Te dejo unos datos que te pueden llegar a sorprender.


H&M, Zara o Forever 21 fueron la primera ola.

Ahora estamos en el ultra fast fashion: Shein y Temu, con sus catálogos infinitos y precios que rozan el absurdo.

Shein lanza 7.220 artículos nuevos por día.

Sí, leíste bien: por día.

Temu inunda Europa con promociones imposibles.

Es la lógica de la ansiedad: siempre hay algo más que “necesitar”.


Pero la pregunta incómoda es: ¿quién paga el costo de esa velocidad?


Detrás de la comodidad online hay una historia que no siempre queremos leer en letra chica: trabajo esclavo, contaminación, evasión impositiva, negocios turbios.

Y cuando esa ropa ya no sirve, aparece otro capítulo del desastre.

Atacama, el desierto más árido del mundo, se convirtió en uno de los mayores vertederos textiles del planeta.

Cada año llegan allí más de 60.000 toneladas de ropa usada.

Al menos 39.000 terminan enterradas o quemadas.

Visible desde el espacio, ignorado por las tiendas y por los consumidores.

La ropa no desaparece: solo cambia de víctima.

Del norte al sur, del capricho al castigo, Atacama no es la excepción: Ghana, India, Pakistán, Guatemala, Kenia… el sur global convertido en cementerio textil del norte.

En 2024 alguien intentó gritarlo distinto: Atacama Fashion Week.

Modelos desfilando sobre un basural real.

Producción, maquillaje, luces y residuos convertidos en mensaje.

Pero no hubo portadas, ni viralidad, ni sponsors.

Una edición y después, el silencio.

Hasta que en 2025 nació Recommerce Atacama: ropa rescatada del desierto, restaurada y vendida. Se agotó en horas.

Mientras algunas marcas destruyen stock para no devaluar su imagen, otros decidieron salvar lo que el sistema descarta.

No hubo influencers, no hubo storytelling, solo dignidad.

Eso no es moda: es memoria.

Porque los cementerios textiles no son metáforas: se pisan, se respiran, crecen con cada clic que hacemos sin pensar.


¿Estamos dispuestos a cambiar en serio?


Hasta la próxima.

La señora del Lujo Silencioso


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